martes, 13 de enero de 2009

Cartas a Jordi: No se puede mantener un sistema que…

(insertat en: http://blog.jordisevilla.org/2009-01-13/no-se-puede-mantener-un-sistema-que/) Amen ( en verdad o ciertamente), yo, como miles de españoles que desempeñamos nuestro trabajo en la Administración, y más los que lo hacemos sin ‘propiedad’ sobre el puesto que desempeñamos, sabemos del esfuerzo y el lento, pero inexorable incremento retributivo de los empleados públicos, hasta alcanzar en tres años, doblar todos los conceptos retributivos en catorce pagas. Y digo tod@s: en propiedad, e interin@s.
El desarrollo del Estatuto del Empleado Público (EBEP), de la carrera profesional, de la negociación de los permisos y licencias, de la humanización de las AA.PP., del convencimiento entre las diferentes estructuras, de que otra forma de trabajar, es posible; todo esto, depende de la voluntad del esfuerzo colectivo.
Es más fácil demonizar y estigmatizar a ‘la administración’ o a ‘la clase política’, que asumir que son reflejo de la sociedad misma. Forman parte y salen de ella. Son su espejo.

En cuanto al cuerpo de tu ‘post’, da la sensación que determinadas conductas y comportamientos, determinados valores, son si me permites la comparación, como lo que comemos.
El frenético ritmo de vida, nos condiciona a tener comportamientos parejos: ir rápido de un sitio a otro, las prisas, los fast-food, las ollas exprés, los cafés de pie en la barra o ante la máquina del trabajo, la instantaneidad, ligar, idolatrar la apariencia y el aspecto. Todo esto en contraposición a disfrutar del viaje y del paisaje, la serenidad, el cocidito a fuego lento, las tertulias y la reflexión, el conocer a la otra persona, valorar los sentimientos y la sensibilidad del de enfrente.
Como decía alguien, ¡que pare el mundo, que yo me bajo! Y probablemente más de uno se apearía a la primera oportunidad si tuviera un poco de libertad para ganar en perspectiva, en autorrealización.
La conciencia colectiva solo puede crecer de la suma de infinitas individualidades. Rara vez se generan espontáneos comportamientos en un mismo sentido: abandonar las bolsas de plástico y cambiarlas por las famosas ‘varchas’ o capazos; abandonar las latas de refrescos o cerveza y cambiarlas por botellas de vidrio reciclado; abandonar el bono-bus o el bono-metro y cambiarlo por unas zapatillas o una bicicleta para ir al trabajo; abandonar el sillón-bol y cambiarlo por un paseo con l@s hij@s o la pareja o l@s amig@s.

Para ejercer el poder, se usa el control del dinero. El dinero compra voluntades, apacigua el rebaño y fomenta el pesebrismo. Y hasta las posturas más rebeldes y contestatarias, tienen su respuesta adaptando el mercado su moda a estos movimientos. De los jipis iniciales, se pasó a la comercialización de una imagen y unos símbolos; o el tópico de los posters del ‘Che’ en nuestra habitación de adolescentes, o del pañuelo palestino, o del look de los raperos neoyorkinos, todo ello, explotado por la industria hasta la extenuación.

Al menos nos queda el consuelo, y la satisfacción de los pequeños cambios, de las pequeñas y domésticas experiencias, de nuestros recuerdos y amistades, del sabor de una agradable lectura, de la euforia al ver un film, de miles de brazos en alto y luces en un concierto, como diría Joan Manuel Serrat “esas pequeñas cosas”.